Cuarto de Sombras
- MSc. Oscar Leonardo Cruz (Calú Cruz)
- Jul 22, 2016
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A Guillermo Fernández. Inspirado en la canción
“Te veo en el cielo” del disco
Nunca te diré adiós (pista 3),
Guardián, 1995.

Estas son las mismas paredes de hace veinte años, solo que ahora estériles, amarillas y sucias. Tan empolvadas que las sombras logran dejar sus huellas.
Me gusta recorrer tu cuarto, meterme lentamente y abrir como gato la puerta, poco a poco… También me escondo dentro del cuadro que cuelga en la pared con su imagen de borde dorado; tiene aún la textura de papiro, pero los tonos diluidos. Conserva las ideas que me provocan tocarlo... El mar al fondo, tu camiseta de marinero y una sonrisa tuya de niño travieso.
¿Quién viene? Es el viento, miles de perros que se cuelan por la ventana para ladrarme mis soledades. Allá, en el rincón del cuarto está tu bola… siempre blanca, siempre ovalada, la misma bola de hace veinte años. Aún rueda de la misma manera... Hacia adelante, hacia atrás, algunas veces hace círculos sobre sí misma hasta detenerse en el último giro; la he visto con atención miles de veces… Me he visto como perdido en ella, yo me siento bola.
Dicen que necesito ayuda, dicen que estoy solo… ¿solo?, pero si están tus fotos y el álbum dentro del baúl, todas siguen teniendo escenas coloridas, no he dejado que la humedad te consuma porque sería como esfumarme contigo. Tengo aquí, a mi lado, una lámpara de pie… francesa, con acabados internos de madera y cientos de periódicos que no te encuentran, están recortados sobre tu mesita de noche, esa misma que siempre traqueaba cuando hacía frío, la que me ayudaste a construir.
No, no me siento solo, la soledad es un pretexto para buscar compañía; la gente dice: “Me siento solo”, claman por un poco de atención y gritan: “¡Me siento solo!”, ¿solo?... ¿yo?, nunca me enseñaron a decirlo, mi madre decía que un hombre no debía. Solo la idea de imaginarme diciendo “Me siento solo” me hace pensar en la debilidad de muchos hombres. Además, cómo estarlo si veo tu carro llantón de color azul marino, la potencia con la que avanza es incomprensible, sus llantas son propias de un todo terreno, ha soportado tantas vueltas, giros inesperados, caídas desde el alto ropero de tu cuarto… Siempre azul, con una calcomanía flameante que poco a poco se va opacando; a veces yo mismo me siento como el carro… me siento tu carro.
Todavía puedo decir que si detengo mis pasos, escucho como si vinieras corriendo a recibirme, algunos dicen que estoy loco…. ¡que sigo loco! ¿Qué es la locura sino un descanso para la razón?, cómo saben que lo estoy si son cuerdos y, ¿qué entiende un cuerdo de locura? Pasos, pequeños pasos que corren con sus minúsculas tenis blancas y unas medias de fútbol, también blancas…Aquí tengo tus medias, la bandera de nuestro Barsa, aún no determino si iremos al estadio este domingo como siempre lo hacíamos… como hace veinte años.
Por acá está el He-Man de la repisa... Perdí su espada jugando con él; la tuya… la que alzabas como si con ella pudieras destruir al Hombre Araña; ahí están los dos muñecos, fríos… helados a falta de vida. ¡Ay!, ¡ay! Damiancito las espadas cortan y matan; hieren profundo a los que somos humanos, a veces yo mismo me siento caballero herido, un momento; ¿herido?, un herido solo busca la compasión de una mano benévola. Yo, enseñado a tragar lloriqueos, no sé qué es eso de sentirse herido…
Aquí, en el cielorraso de tu cuarto, hay cientos de estrellas que encienden sus tonalidades verdes en medio de la oscuridad, hacen de universo, de noche, se confabulan para presentarme una estela plateada; las pinto con mi dedo hasta que chocan contra la pared, justo cuando te sentía más cercano. Algunas veces te me escapas del corazón como estrella fugaz dejando solo una oquedad.
Mira, conmigo está He-Man… parece que esta noche interminable también lloverá desde el infinito que veo, caerán gotas amargas desde adentro… Tal vez vuelva a gritar mordiendo las sábanas “¡Yo soy He-Man!”, porque llevo veinte años sin saber nada de mi hijo… y me he quedado preso en el mundo de sus objetos.

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